Por ultimo los vacilantes.

"Il est doux de songer que je servirai un jour à faire croître des tulipes." (Gustave Flaubert)

Hasta una fría mañana de mayo, casi veinte años después. Varios golpes persistentes en mi puerta, acaso siguiendo un patrón que llevaba largo tiempo olvidado. Tres, dos, tres, uno. Y de nuevo.

No fue la familiaridad del sonido, sino la familiaridad de lo que el sonido evocaba, lo que me hizo levantarme y abrir. Y, bajo el umbral oscuro, sonriéndole a mi susto y mi sorpresa, estaba alguien que yo ya había olvidado recordar.

El pelo, negro como la última noche en que lo había visto, caía a los lados de su cara como lo había hecho siempre. Pero ahora su cara lucía experiencia, sabiduría ganada y pagada.

Se tomó la libertad de pasar. No me preguntó cómo estaba, no dijo por qué volvió. No preguntó ni dijo nada. Sólo me dedicó una mirada austera, que habría sido fácil de sus ojos no haber sido tan despiadadamente verdes. Entonces vino a mí, cual frío golpe de hierro, un imparable caudal de recuerdos; y vi en esa mirada mucho más de lo que hubiera querido ver, o de lo que él hubiera querido transmitir.

Me paralizó la intensidad de su porte cansado, me aterró la resignación en su sonrisa oscura, en su andar pesaroso.

Y, después de un diálogo mudo en el que no participé, me dijo que lo habían encontrado.