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Suicider.

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“¡Cuando todos los muertos resuciten, entonces yo me desvaneceré en la nada! Eterna aniquilación, acéptame contigo.”

Su vida era rutinaria y aburrida. Vivía solo. Todos los días se levantaba a la misma hora, comía lo mismo y viajaba a los mismos sitios. Cuando decidió que no valía la pena, que nada valía la pena, fue cuando todo comenzó.
Era una noche perfectamente normal.
Excepto, quizás, el hecho de que él pensaba hacerla la última. De todos modos, ¿quién habría de preocuparse? No tenía a nadie, no tenía nada. Muchas veces había intentado escapar del ciclo repetitivo de su vida, pero siempre había sido en vano.
Pero sí podía escapar de su vida. Claro que sí. A la mañana siguiente, si nada cambiaba sorpresivamente sus planes (no lo haría, por supuesto que no), todo acabaría. A su entender, era bastante sencillo. Las posibilidades eran infinitas. Podían encontrarse modos poéticos, modos prácticos, modos simples o modos dolorosos. Sólo requería la suficiente voluntad.
Y certezas.
Certeza de que realmente era la única opción, certeza de que nada saldría mal. Además de todo lo que ya había salido mal.
Pero si algo no tenía, definitivamente eran certezas.

No pudo. Pensó que, posiblemente, aún quedaban cosas para hacer, decir, oír y ver. Quedaban cosas, y por eso no se atrevió a renunciar. ¿Valentía?
No. Más bien todo lo contrario.

Se esforzó para pensar que nada era tan malo. Que vivir valía la pena. En un solo día, hizo muchas de las cosas que siempre había querido hacer. Cosas superfluas, banales, que no lo animarían más de unos días. Su apartamento se le antojó más bonito. La vista, fantástica.
Por un día, fue un hombre realmente optimista.
Por un día, fue un hombre enamorado de la vida.
Por un día.

No tardó en cansarse de su nueva alegría. Agotado, no pudo evitar ir a dormir temprano. Probablemente, también colaboró con el cansancio el previo intento de suicidio. La tentativa de intento de suicidio. Falló aún antes de intentarlo, pero, aún así, haber estado casi al borde de la muerte lo dejó algo perturbado.
Cayó, rendido, en la cama. Se durmió con la ropa que llevaba puesta. Detalle menor, claro. Por su cabeza sólo pasaban imágenes de cómo hubiera sido. ¿Qué habría sido del mundo sin él? Conforme las preguntas aparecían, él comprendía que nada hubiera importado. Y todas las preguntas dieron lugar a una sola: ¿Por qué no lo había hecho?

Despertó poco después. Un sonido poco familiar, similar al que hace un tren, lo sobresaltó durante el sueño. Curiosamente, no había soñado con su propia muerte. Había soñado con la de alguien más. Un hombre que no se le parecía en nada. Retuvo su imagen durante el tiempo que le tomó levantarse. Volteó para ver el reloj, a pesar de que no lo necesitaba. Siempre despertaba a la misma hora.
Sin embargo, esa vez se sorprendió. Porque allí no estaba su reloj. Lo cual era lógico, ya que aquella no era su habitación. Se levantó, apesadumbrado, buscando a su alrededor algo que explicara la situación. No encontró más que un espejo. A pesar de que lo intuía, no pudo evitar sobresaltarse al ver su reflejo.
Allí estaba, el rostro del hombre del sueño. Cuya vida, vale la pena aclarar, no culminaba con un suicidio. Pero los sueños no dicen la verdad. No siempre.
Asustado, intentó encontrar una explicación lógica. Sentado en el borde de la cama, se convenció de que era parte de su sueño. A pesar de que no le encontró sentido alguno. Y sus sueños, cuando los había, eran ordenados y coherentes.
Tiró con fuerza del sedoso cabello que no le pertenecía. Apenas respiraba. Comenzó a desesperarse.
Entonces, con el pánico, llegó la solución. No se había atrevido antes, pero ¿por qué no ahora? No sabía qué había pasado con su verdadero cuerpo. No sabía que pasaría si terminaba con la vida del nuevo. Quizás todo era nada más que otro sueño. No había realmente despertado.
Más calmado, se dejó caer nuevamente en la cama. Sí, lo haría. Era la excusa perfecta. Se levantó de un salto y reviso en los cajones y estanterías a su alrededor, en busca de algo…
Encontró un arma en la mesa de noche. La contempló unos segundos. Sonrió.
Volvió a tomar asiento y cerró los ojos.

Cuando despertó, un sonido fuerte y violento resonaba en sus oídos. Sentía un dolor mayor al que jamás había sentido del lado derecho de su cabeza.
Comprendió que, como había supuesto, todo había sido un sueño. Respiró hondo y se levantó, dispuesto a sobrevivir un día más.
Aún así, su depresión no había desaparecido. Jamás lo haría. Una vez más, al llegar la noche se encontró desesperanzado. Pero nuevamente se convenció de seguir intentando.
Demoró en acostarse. Pretendía evitar los perturbadores sueños.
El café se derramó sobre su ropa y él se durmió en una silla del comedor. La silla que nunca usaba.

El sol entraba por una inmensa ventana y golpeaba su rostro. Lenta y parsimoniosamente, abrió los ojos. Se encontró, de nuevo, con un paisaje que no era el habitual. Suspiró.
-No otra vez… - susurró, mientras se levantaba del blanco sillón en el que había despertado, y pensaba en lo molesto que podía resultar suicidarse dos veces.
Esa vez fue más rápido.
Sabía que la única manera de volver a lo que él creía era la normalidad era acabando con la vida que de algún modo había obtenido. O quizás era sólo la más sencilla. Antes de hacerlo, sin embargo, decidió ver su cara. Buscó un baño, y miró su reflejo. Esta vez, el rostro de la imagen se le hacía vagamente familiar.
Fue más rápido. Sabía que volvería a su vida tan pronto acabara. Por lo tanto, no tuvo que prepararse psicológicamente como la vez anterior.

Volvió a despertar. Era un poco más temprano de lo que se levantaba a diario, pero no quiso permanecer en la cama. Encendió la televisión. Estaban las noticias.
-Por otro lado- decía un hombre, vestido con un elegante traje y una llamativa corbata-, se nos acaba de informar sobre el sorpresivo suicidio de…
En la pantalla apareció la foto de un hombre. Rubio, de ojos claros, con una mirada particularmente aterradora.  
Entendió por qué el rostro de su último sueño le parecía conocido. Era un psicólogo. Bastante popular. Ya lo había visto.
-No lo comprendo. No tenía motivos para suicidarse- decía uno de sus vecinos- Al menos no que yo supiera. No se despertó a la hora habitual, así que fui a golpear su puerta. Ya había sucedido, que se quedara dormido, y me había dicho que lo despertara si volvía a pasar. Golpeé unos cuantos minutos, y grité, pero no sentí ningún tipo de movimiento del otro lado de la puerta. Pronto llegó la mujer que trabaja para él, en su casa. Supuestamente él debería haberse ido para cuando ella llega, por lo que le había dado una llave. Ella abrió la puerta y entró, y yo la seguí. Nos encontramos con una imagen devastadora. El doctor Kennard estaba sentado en una silla de la sala, apoyado en la mesa. Sujetaba un revólver, y estaba cubierto de sangre. Los policías dijeron luego que no llevaba así mucho tiempo. No comprendo cómo pude no oír el disparo…No sé por qué lo hizo.
Dejó de oír. Ese era el de su sueño. Pero no era un sueño. El había, efectivamente, matado a Timothy Kennard. Y si esa vez era real, probablemente también la anterior. Pero el otro era un hombre sin nombre, y no había manera de comprobarlo.
Sujetó su cabeza con ambas manos y se apoyó en sus rodillas.
Había matado a un hombre.
Se había suicidado siendo otro hombre.
O, quizás, él sólo había visto todo. Se había situado en los ojos de Kennard y lo había visto suicidarse.
Sopesó ambas opciones.
No.
Él lo había matado.
Eso, de alguna manera, lo convertía en un asesino.

Sonrió. Era un asesino. Quitaba vidas ajenas. No la suya propia. De pronto comenzó a mirar todo desde una perspectiva diferente. El punto de vista de un hombre que perdió el apego por la vida. Y tampoco encontraba sentido en la vida de los demás.
Se recostó en el sillón en el que estaba sentado, visiblemente más animado.

Y esperó la siguiente noche.
La cambié el nombre 8D

Ta no sé. Éste mandé para el concurso literario del liceo. En teoría, mañana "comunican los fallos". Yo llevo esperando bastante tiempo. Igual, según el director, "la importancia no es ganar, ni el premio; es el hecho de estar 'compitiendo' en una cosa interesante y útil..." y el café y la limonada que hay el día de la entrega de premios, le faltó. Hace casi exactamente un año inventamos la Cafenada... *piensa en muchas cosas que pasaron en casi exactamente un año, y en la clase de geografía de la fecha*.

Cafenada: café + Limonada. Qué bebida tan maravillosa. Esa y la Schweppes con chocolate caliente :L
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Nploki's avatar
Es muy bueno, aunque apoyo los comentarios de que daria para mas, muchas veces los tiempos fuerzan a modificar los planes. Me encantan los personajes oscuros que se salen un poco de la norma, y que no mate "gente mala", sino solo gente, sin que le importe. Me gusto mucho
Y felicidades por ganar XD